La
violencia de género se ha incrementado sustancialmente en estos últimos años. A
fecha de 25 de noviembre de 2016 han sido asesinadas 42 mujeres en España.
Se ha
instalado con mucha fuerza en nuestro imaginario colectivo, la idea de que las
agresiones y los asesinatos a mujeres son un hecho inevitable con el que
tenemos que contar cotidianamente. Y lo cierto es, que cuando consideramos
inevitable un fenómeno social, lo convertimos en parte de un orden ‘natural’ de
las cosas, es decir, lo naturalizamos. Aceptamos que es una barbarie y lo
sacamos a la superficie para así tranquilizarnos. Creemos que, si lo hacemos
visible, ya estamos luchando contra ello. Y, sin lugar a dudas éste es el
primer paso, pero es insuficiente.
La
fatalidad que rodea la lucha contra la violencia de género no es casual. Las
ideas no se instalan azarosamente en el imaginario colectivo. Se instalan sólo
aquellas que encuentran un suelo fértil en el que crecer. Y ese suelo es el
discurso de la inferioridad de las mujeres. Ese prejuicio está tan
profundamente arraigado en las mentalidades que se ha convertido en el
fundamento de la desigualdad de género.
Cuando
las mujeres asumen como natural el trabajo gratuito del hogar están rearmando
material y simbólicamente la ideología de la inferioridad de las mujeres.
Cuando los varones creen que el trabajo del hogar y del cuidado es
responsabilidad de las mujeres están colaborando con esa ideología que legitima
la subordinación de las mujeres.
Cuando
se dice que la lucha por la igualdad de género es obsoleta y redundante porque
ya somos iguales, se está enmascarando la desigualdad entre hombres y mujeres y,
con ello, reforzando las estructuras de poder patriarcales. Cuando la
publicidad, las series de TV, el cine o los cómics muestran acríticamente los
roles que las sociedades patriarcales han asignado a hombres y mujeres están
cooperando activamente en la creación de un caldo de cultivo que facilita la
violencia de género.
Por
eso, no podemos conformarnos sólo con identificar la ideología que allana el
camino a la violencia de género. Es necesario ir más allá: es necesario
prevenir. Y para eso, hay que trabajar intensamente con niños y niñas, chicos y
chicas. En la familia, en la escuela y a través de los medios de comunicación,
niños y niñas aprenden valores y forjan conductas. Llevar la coeducación a las
escuelas y problematizar críticamente en las aulas los mandatos socializadores
de género contribuye a desactivar la ideología de la inferioridad de las
mujeres.
Si el
objetivo es acabar con esta violencia hay que empezar desde el principio, desde
los procesos primarios de socialización; y para ello, hay que diseñar políticas
de igualdad de género para ser aplicadas en la familia, en las aulas, en los
medios de comunicación y en todos los entramados institucionales y sociales. Es
urgente que la sociedad se rearme moralmente contra esta violencia y
erradicarla de una vez por todas.
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